2024

Meditaciones sobre la música actual

Existe un claro desarrollo de la música a lo largo del tiempo. Hoy nos resulta evidente y aparentemente enriquecedora la inmensa variedad de arte musical a nuestra disposición. La tendencia del público, sin embargo, pareciera emular la tendencia progresista a negar el pasado basándose en una supuesta infalibilidad del progreso actual y futuro. Es así que hoy día el grueso de los jóvenes ven las viejas tradiciones musicales como arte muerto, decadente, aburrido e incomprensible, o lo relegan al degradante rol de música ambiental o mera curiosidad histórica. De este modo se le desconocen sus rasgos particulares, identidad o relevancia. Sin embargo, cabe preguntarse si esta tendencia no es en realidad reflejo de una merma en nuestras capacidades perceptuales psico-emocionales así como en nuestra forma de entender el mundo, y de lo cual la música contemporánea podría tan solo ser un reflejo.

La música actual pareciera haber perdido su norte, su finalidad última. Esta misma pareciera haber sido reemplazada por el sentido de una anémica cosmovisión cuya finalidad pareciera ser el imperio de un individuo seriado, universal, al tiempo que materialista, utilitario y hedonista. La lógica del materialismo, la razón del dinero, en sus raíces, carente de toda numinosidad.
La incidencia de dicha cosmovisión se refleja en la celosa preponderancia de los discursos homogeneizantes que, basados en un idealizado “respeto por la diversidad”, ejercen y promueven la grisácea dictadura de los muchos por sobre el elemento cualitativo. Tienden así a olvidar la direccionalidad de todo desarrollo o cambio histórico, olvidando que estos mismos pueden ser tanto de carácter evolutivo como involutivo. “¿Y en base a que definimos la evolución o involución en un mundo en el que todo es subjetivo y valorable por igual?” preguntaría la grisácea masa. Pues en base al sentido último de nuestra acción, a nuestro “¿Para qué?” final.
La adecuada y seria respuesta a esta pregunta tendrá la virtud de armonizar (o no) nuestras siempre conflictivas tendencias internas y externas, direccionándolas como un todo consistente hacia nuestro blanco final. Del mismo modo, un mero agrupamiento de instrumentistas pasa a armonizar y cooperar coheréntemente bajo la dirección del director. Este último coordinará al conjunto de acuerdo a las propias capacidades de cada instrumentista, estableciendo una dirección bien definida y separando así lo innecesario e inconducente de lo necesario en pos del objetivo final.
El sentido último posee la virtud de purgar nuestras acciones y pensamientos discriminando aquello útil a nuestro progreso de aquello que no lo es. Del mismo modo, la partitura de una obra orquestal delimita en cierta medida las acciones de cada músico supeditándolas a un fin común. Es así que pasa a ser relevante la idoneidad y calidad de aquello que se elija para tal propósito, por sobre la mera cantidad. Dicho sentido último no puede ser otro que el del desarrollo humano y su autosuperación, coincidiendo esto con las ideas de F. Nietzsche (para quien la condición humana solo se justifica en tanto transición y no como fin en sí misma). Según Platón, solo eran útiles y necesarios en su república aquellos artistas que con sus obras fueran capaces de evocar los mejores aspectos del hombre contribuyendo así a su desarrollo, autodominio y autosuperación. Esta reflexión llevó a Platón a plantear la necesidad de prescindir de aquellos artistas que con sus obras exaltaran aquellos elementos humanos que potencialmente pudieran encadenarlos en su mediocridad, impidiendo así su propia autosuperación.
Considerando estos planteos, es necesario hoy en día ver la falta completa de sentido en nuestra música. Esto mismo es catalizador de infinitas composiciones inconducentes, banales y neuróticas, o en muchos casos hasta denigrantes para la propia condición humana, cuyo único objetivo (si es que se puede decir que tiene alguno) pareciera ser la mediocrización del espectador, o hasta su propia involución.
Dicha involución se revela al corroborar que las mismas exaltan aspectos aislados de la naturaleza humana como fines en sí mismos, alimentando así la lucha interna, anarquizando al hombre sin brindarle un norte que trascienda el mero hedonismo por el cual pueda equilibrarse, superar el conflicto y crecer. Esto se refleja, por ejemplo, en la inmensa cantidad de obras cuyo eje es la promiscuidad sexual, la autosatisfacción hedonista y materialista, planteando tanto a las mujeres como a los hombres como meros objetos útiles y descartables, exacerbando como aspiración última un utilitarismo materialista, hedonista y francamente individualista como universal “forexport”. ¿Qué modelo humano resultará de esta finalidad última?.

En cuanto a la denominada “música clásica” (adopto una denominación generalista englobando a distintos estilos como el barroco, clasicismo, romanticismo, impresionismo, etc), es verdad que no todas sus obras son una masa homogénea y que no podemos suponer que todas hayan sido elaboradas en vista de tan altos ideales. Sin embargo, podemos reconocer en su mayoría un nivel de detalle, elaboración y sutileza por mucho superior al preponderante hoy día. Esto por sí solo hablaría del tipo de público o artistas, y tal vez del tipo de cosmovisión reinante por aquel entonces. Tal vez esta misma no haya sido tan lejana a una visión auto-superadora del hombre mediocre; cosa que sí ocurre actualmente, llegando hasta el punto de exaltar modelos humanos decadentes o poco elevados como nuevas referencias a seguir.
Para aquel que pueda captarlo, resulta evidente la gran variedad de emociones evocadas por la música clásica, la dificultad para definirlas a todas estas, su nivel de sutileza, profundidad e íntima correspondencia con la naturaleza. En otras palabras, se vislumbra en estas obras otra calidad, calidad que podría evocar desde lo más bajo y oscuro del alma humana hasta lo más excelso de la misma, evidenciando así la profunda belleza de la naturaleza. Basta con escuchar obras tales como las pasiones de Bach para entender esto…
Resulta importante aclarar que no me refiero con esto a la mera inclusión de la temática religiosa en la música (por ej: el rock cristiano me resulta tan banal como la música de discoteca). No basta con el argumento, sino que es necesario que la música encarne el espíritu. Justamente en esto la música actual naufraga irremediablemente. Si bien no está menos capacitada e informada para entender los procesos perceptuales y aplicarlos a sus técnicas de composición exitosamente, falla rotundamente al momento de elevar al hombre mismo hacia las profundidades y alturas de su alma, hacia sus míticas potencialidades, pasando así a ser (de acuerdo a las estrechas miras de la cosmovisión rectora actual) una mera replicadora de los típicos conflictos del hombre mediocre neurótico.
El arte es un medio, no un fin en sí mismo. Y por lo tanto, en tanto medio, puede ser usado para expresar muchas cosas. Pero solo dichas míticas potencialidades humanas son dignas de ser expresadas por el verdadero arte. De este modo, podríamos pensar el Arte, el verdadero arte, como aquella auténtica expresión artística del pueblo. Realmente auténtica, en tanto apunta a su propia autosuperación en armonía con su propia naturaleza e identidad. Íntimamente popular, en tanto que su fin último es el bienestar y desarrollo del pueblo, principio y final de nuestra existencia.

Gonzalo Calabrese

Gonzalo Calabrese, licenciado en psicología.

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