2024
Saint-Chapelle

Las catedrales góticas como templos, bosques y cavernas

Quien visite las grandiosas catedrales góticas europeas experimentará un encuentro con lo sagrado. En una caprichosa selección se puede nombrar a la itálica catedral de Milán, la germánica catedral de Colonia,  las españolas catedrales  de Burgos y León, las francesas de Reims, Notre Dame o Sainte-Chapelle. Estas magnificas edificaciones escapan a las divisiones religiosas y dan materia a lo divino.

Compuestas tanto de genialidad técnica como de inspiración, estos nobles edificios se rebelan contra el ceniciento de la vida moderna. Remite al ser humano a etapas más sanas donde lo sagrado rodeaba al hombre.

Solo alguien fuertemente confundido puede ver en estas catedrales edificios de una religión determinada. Como quien frente a un poema solo percibe las palabras y deja escapar la rima y la belleza de los versos. Los templos del gótico realizados por el cristianismo, una exótica y relativamente nueva creencia, retrotraen a milenios. Evocan la relación misma del hombre y lo sagrado.

Estos edificios, ejemplos geniales de la técnica y el arte son la continuación de otros que con tal vez menos refinamiento convocaban a lo sagrado. 

Las catedrales son el desarrollo claramente europeo de un sentido universal de cercanía con lo divino. Lo sagrado está aquí y ahora, en la caverna, el bosque o el templo. 

Lo divino omnipresente, es retratado y evocado en estos lugares. Son las herederas en el registro humano de  Stonehenge, Externsteine o Machu Pichu. Son el refinamiento de los Zigurat y de los lugares altos de la antigüedad. Las exóticas cúpulas Yazidi se ven refinadas en aquellas de las catedrales. 

Las más de las veces erigidos sobre lugares milenariamente sagrados las catedrales son lugares de contacto con el dios trino de milenios, la trinidad Védica o la Tríada Capitolina, da igual la designación.

Toda catedral es un caleidoscopio, donde los colores vítreos se conjugan en juegos de luces y sombras.  En pleno día los arcos convocan a las horas de penumbra y su gran volumen despeja todo agobio. La luz es tenue no inspira el temor a la noche sino que invita al recogimiento. El ambiente evoca a la caverna, se torna intimidad, se vuelve útero. Y como las arcaicas cavernas de culto al final del recorrido aparece corporizado lo numinoso, las más de las veces en forma de la atávica Madre Virgen. Nuevamente los nombres son superfluos. La fertilidad tomará el nombre de Ishtar, Cihuacóatl, la fértil Párvati, Afrodita o Miriam, Maria.

Las catedrales llevan en sí la caverna ventral de milenios en la belleza de los pétreos bosques de columnas. Pues las columnas son eso, árboles, axis mundis por donde todo sucede y por medio de lo cual lo sagrado se impone. 

 Son las catedrales recintos donde en un lugar central con gran ornato se enclava el Lararium romano ahora llamado sagrario. En los modernos templos resguardando todo, por fuera y por dentro, el antiguo Ankh egipcio, la Chacana incaica, el Wuñelfe mapuche, el Tirso y Lábaro romano, la Cruz. El madero cruciforme, el árbol sagrado que  evoca y protege, canaliza y expresa lo divino. Estas joyas graníticas despiertan los sentidos hacia aquello que hemos olvidado de percibir. Porque los dioses no se han callado ni las piedras han dejado de cantar el discurrir de lo sagrado. Solo es necesario que el hombre despierte al templo, al bosque y la caverna y escuche el susurro de lo sagrado.

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