2023

Las temibles transformaciones del hombre

En la organización del trabajo industrial, la influencia de la fábrica sobre el estado fisiológico y mental de los obreros, no ha sido absolutamente tomado en cuenta. La industria moderna se encuentra basada sobre la concepción máxima al precio más bajo, a fin de que un individuo o un grupo de individuos ganen el mayor dinero posible. Se encuentra desarrollada sin idea de la naturaleza verdadera de los seres humanos que manejan las máquinas, y sin la preocupación de lo que pueda producir sobre ellos y su descendencia, la vida artificial impuesta por la fábrica. La construcción de las grandes ciudades no se ha hecho tampoco tomándonos mayormente en cuenta. La forma y dimensiones de los edificios modernos se ha inspirado en obtener la ganancia máxima por metro cuadrado de terreno y ofrecerlos a los arrendatarios de oficinas y departamentos a quienes convengan. Se ha llegado así a la construcción de edificios gigantes que acumulan en un espacio restringido, masas considerables de individuos. Éstos las habitan con placer, porque gozan del confort y del lujo, sin darse cuenta de que están en cambio privados de lo necesario. La ciudad moderna se compone de estas habitaciones monstruosas y de calles oscuras, llenas de aire impregnado de humo, polvo, vapores de bencina y los productos de su combustión, desgarradas por el estrépito de los tranvías y camiones y llenas sin cesar de una inmensa muchedumbre. Es evidente que no se han construido para el bien de sus habitantes. 

 

Nuestra vida se halla asimismo influenciada en una inmensa medida por los periódicos. La publicidad está hecha únicamente en interés de los productores y jamás de los consumidores. Por ejemplo, se hace creer al público que el pan blanco es superior al pan negro. La harina ha sido cernida de manera más y más completa y privada entonces de sus principios más útiles. Pero en cambio se conserva mejor y el pan se elabora más fácilmente. Los molineros y los fabricantes ganan más dinero. Los consumidores comen, sin duda, un producto inferior. Y en todos los países en dónde el pan es la parte primordial de la alimentación, las poblaciones degeneran. Se consumen enormes sumas en la publicidad comercial. De esta manera, cantidades de productos alimenticios y farmacéuticos inútiles y a menudo dañinos, se han convertido en una necesidad para los hombres civilizados. Y es así como la avidez de los individuos bastante hábiles para dirigir el gusto de las masas populares hacia los productos que necesitan vender, representa un papel capital en nuestra civilización. 

 

Sin embargo, las influencias que obran sobre nuestro modo de vivir no tienen siempre el mismo origen. A menudo en lugar de ejercerse en el interés financiero de los individuos o de los grupos de individuos, tienen realmente como fin la ventaja general. Pero su efecto puede ser dañino si aquellos de los cuales emana, aunque honrados, tienen una concepción falsa o incompleta del ser humano. ¿Hace falta, por ejemplo, gracias a una alimentación y a ejercicios apropiados, activar cuanto es posible el aumento de peso y la talla de los niños, como lo hacen la mayor parte de los médicos? ¿Son superiores los niños altos y macizos a los niños de escasa estatura? El desarrollo de la inteligencia, de la actividad, de la audacia, de la resistencia a las enfermedades no tiene en realidad correlación alguna con el desarrollo del volumen del individuo. La educación dada en las universidades y en las escuelas que consiste sobre todo en la cultura de la memoria, de los músculos y de ciertas costumbres mundanas ¿se dirige verdaderamente a los hombres modernos que deben estar bien provistos de equilibrio mental, de resistencia nerviosa, de juicio, de valor moral y de solidez ante la fatiga? ¿Por qué los higienistas se comportan como si el hombre fuese únicamente un ser expuesto a las enfermedades infecciosas cuando está amenazado de manera tan peligrosa por las afecciones nerviosas y mentales y por la debilidad de espíritu? Aunque los educadores, los médicos y los higienistas apliquen con desinterés sus esfuerzos en provecho de los seres humanos, no logran su fin, porque se atiene a esquemas que no contienen sino una parte pequeña de la realidad. Otro tanto ocurre con aquellos que toman sus deseos, sus sueños o sus doctrinas, por el ser humano concreto. Edifican una civilización que, destinada por ellos a los hombres, no conviene en realidad sino a imágenes incompletas o monstruosas del hombre. Los sistemas de gobierno construidos por piezas en el espíritu de los teóricos no son sino castillos en el aire. El hombre al cual se aplican los principios de la Revolución Francesa es tan irreal como aquél que, en las visiones de Marx o de Lenin, construirá la sociedad futura.

Extracto de “La Incógnita del Hombre”

Alexis Carrel

Alexis Carrel (1873-1944), biólogo francés. Premio Nobel de Fisiología, 1912.

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