2024

Comentarios sobre el Arte Moderno

Quien visite una exposición del llamado arte “moderno” o “contemporáneo” muy probablemente se sentirá desconcertado por aquel despliegue que pretende ser considerado como arte. Una definición simplificada de arte podría ser: “Habilidad adquirida a través del estudio y práctica de una técnica con el fin de crear obras de alto valor estético”. Considerando esto, podemos decir que en estas exposiciones el elemento que falta es precisamente el arte.

Desafortunadamente, esto no es solo una moda pasajera sino la consecuencia de un grave desequilibrio que ya había comenzado a aquejar a la civilización occidental en los primeros años del siglo XX, tal como lo habría de demostrar con elocuencia Oswald Spengler en su monumental obra “La decadencia de Occidente”. Nuestra civilización había pasado su mejor momento y estaba comenzando a mostrar signos de decadencia. Hacia fines del siglo XIX, en varias partes de Europa y particularmente en Francia, comenzaron a difundirse teorías subversivas acerca del arte. A principios del siglo XX, París era el hogar de un número considerable de mediocres aspirantes a artistas que soñaban con destruir la tradición artística europea en aras de su propio concepto peculiar del arte donde la expresión era primordial. Según estos, la representación fiel de personas u objetos era irrelevante, lo que importaba era la respuesta emocional del artista al modelo.

Además, mientras que la forma no importaba, el color era lo más importante ya que representaba el estado emocional del artista. Uno de los líderes de esta nueva escuela de pensamiento fue Henri Matisse, quien dijo: “La función principal del color es expresar. Yo aplico mis colores sin una idea preconcebida.” Por lo tanto el color había perdido su sentido, todo dependía del capricho del llamado artista. Gaugin lo expresó claramente cuando dijo: “Si los árboles le parecen amarillos al artista, entonces deben pintarse de amarillo.” El resultado no podía ser otro que imágenes deformadas coloreadas arbitrariamente.

El carácter en muchos casos antinatural, lúgubre o desequilibrado en el arte moderno es evidente en muchas de sus manifestaciones, ya sea en el expresionismo, el surrealismo o el dadaísmo. La abolición de la belleza, la destrucción de la forma y el uso caótico del color son características comunes a todas ellas. Durante la década de 1890, estas tendencias habían comenzado a expandirse y para 1920 ya habían prácticamente triunfado.

(…)

A pesar de la sana reacción en favor del arte tradicional y de los avances en el campo de la investigación histórica en los últimos cuarenta años, el arte moderno mantiene su preeminencia en cuanto a exposiciones y publicidad, aunque hay que decir que lo hace en un precio muy alto; la vasta estructura de publicidad y marketing que lo promueve necesita cantidades ingentes de dinero y subsidios y, sin embargo, no logran seducir a un público indiferente cuando no hostil. Es un hecho que las exposiciones de estos artistas no interesan a las masas, quienes, por cierto, acuden por miles a ver exposiciones de arte tradicional batiendo récords de público.

El arte moderno, tal como lo conocemos hoy, es un gran fraude mediático, económico y cultural, producto de una retórica ideológica basada en el falso argumento de que “el arte es lo que el artista define como tal” (propio de tradiciones como las de Duchamp, Botero y Pollock). Según esta afirmación, cualquier objeto puede ser considerado una obra de arte. Gracias a esta falacia es posible colocar en el mercado del arte obras que no tienen valor real, cuyo nivel de calidad es igual a cero y que no se sostienen ni teórica ni estéticamente. Básicamente, esta corriente se legitima en la premisa de que, cualquiera puede ser un artista y que cualquier cosa puede ser una obra de arte. Si se hiciera caso omiso de dicho argumento, podría dar la impresión de que finalmente su único fundamento es el valor económico que puede generar.

El arte moderno aprovecha su inteligibilidad para evitar la crítica. Si cualquier cosa puede ser una obra de arte pero es necesario que un “experto” nos explique de qué se trata, la crítica es imposible ya que no existen reglas para juzgar dichas obras. Si alguien muestra disgusto o rechazo hacia una pintura o escultura moderna, se le dirá que eso sucede porque “no lo entiende”. Ese es el mecanismo de defensa del sistema: llamar ignorante al crítico y suele funcionar porque la mayoría de la gente no se atreve a criticar dicho arte por temor a ser etiquetada de ignorante. Es decir, el sistema se apoya en la cobardía moral de la mayoría, carente del coraje necesario para llamar a las cosas por su nombre.

Entonces, se puede decir que el fenómeno denominado “arte moderno o contemporáneo” presentaría dos vertientes. Una puramente formal o estética, y la otra financiera. Ambas son igualmente perversas pues, mientras la primera degrada los espíritus, la segunda asegura su crecimiento y desarrollo. Las increíbles cantidades de dinero pagadas por estas obras permiten blanquear fortunas de orígenes más que dudosos y, al mismo tiempo, subvencionar exposiciones y costear nuevos libros promoviendo estas mismas. 

Para que el lector se haga una idea acerca de cuánto dinero estamos hablando, aquí hay algunos ejemplos: 

  • En mayo de 2018 un cuadro de Modigliani alcanzó el precio récord de U$S 157.200.000.

https://www.ambito.com/espectaculos/un-modigliani-se-subasto-us-1572-millones-no-alcanzo-record-del-pintor-n4021312

  •  En mayo de 2012 el famoso cuadro de Munch “El grito” se vendió por U$S 119.900.000.

https://cnnespanol.cnn.com/2012/05/02/la-pintura-el-grito-de-edvard-munch-es-vendida-en-casi-120-millones-de-dolares/

  •  En 2013 el millonario Steven Cohen pagó U$S 120.000.000 por “El sueño” de Picasso.

https://elpais.com/cultura/2013/03/26/actualidad/1364322494_616362.html

Los productores y promotores del arte moderno forman una verdadera mafia que se compone de una red internacional de galerías de arte, museos, universidades, críticos y casas de subasta. Los gobiernos a nivel nacional y provincial también apoyan este género subsidiando artistas y exposiciones afines, y contribuyendo así a la desnaturalización y desequilibrio de las masas. El arte debe elevar los sentimientos de las personas, despertando en ellas el aprecio y la admiración por la belleza de las formas clásicas y los hechos nobles.

El llamado arte moderno o contemporáneo no es más que la manifestación de una sociedad  desequilibrada y desarraigada de la naturaleza por los pretenciosos y perversos intelectuales de formación gramsciana que controlan los medios y el sistema educativo de nuestra decadente sociedad. Así es que el mismo es usado como un arma de degradación cultural. La concientización de esto es el deber de todo buen ciudadano y de todo amante de la belleza y la dignidad.

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