El filósofo Argentino Carlos Astrada escribe en 1938 una de sus obras más famosas denominada “El mito gaucho”, donde describe y razona las principales características del pueblo argentino y los rumbos que debía tomar si la república deseaba finalizar las luchas internas, sean culturales o económicas para retornar a su rumbo original y en consecuencia reanimar sus aspiraciones emancipatorias y soberanas que habían sido avasalladas con “extranjerismos” desde que la república comenzaba a dar sus primeros pasos en el siglo XIX.
El espíritu de lo telúrico
La fuerza de la obra se constituye alrededor de lo telúrico, término acuñado para hacer referencia a “lo que el hombre puede hacer de sí mismo por obra de su carácter moral y del influjo que recibe de los hombres que, con él habitan el mismo suelo nativo” según Astrada. También añade los factores climáticos y paisajísticos que influyen en el hombre que habita determinada extensión de territorio”. En síntesis: El hombre hereda con el suelo que habita una serie de predisposiciones y costumbres que lo diferencian (o lo asemejan) con respecto a hombres que habitan otros suelos.
Lo telúrico no es algo abstracto. El hombre con solo volver la mirada instintivamente a la tierra se nutre de lo telúrico. Es allí de donde surgen las normas anímicas de su comunidad en armonía con el espíritu particular de su ambiente habilitándolo a una acción coherente y verdadera.
Las consecuencias de un mito
Esta obra también se asienta en el mito inaugurador de los pueblos que, en el caso argentino, refiere a la historia de su emancipación: el despegue colonial del seno de la madre patria, España.
El impulso inicial de un pueblo se inscribe en este contexto combativo, a través de un esfuerzo heroico, de una época homérica que es donde encuentra su fuerza motriz el mito. También se encuentran en este impulso aquellos espíritus que buscan, una vez asegurada la victoria y la paz interna, construir los pensamientos y la identidad de la joven nación. El mito entonces será la imagen instaurada por los actores inauguradores que construyeron una “creación histórica verdadera” a través de un impulso inicial y que se encuentra en consonancia con el suelo en el que habitan.
El mito, al igual que lo telúrico, no es algo estático o abstracto, una imagen petrificada o una linealidad temporal, es la sombra germinativa en movimiento que se expresa en el anhelo de los hombres. Es Ideal que debe ser construido y al que se debe retornar para no traicionar los impulsos iniciales. Volverse al mito es reencontrarse en la autenticidad de las verdaderas potencias constitutivas de un pueblo.
Mito gaucho y pampa como modelo de expresión de lo argentino
En lo argentino, lo telúrico es imposible desligarlo de una característica fundamental de estas tierras: su extensión. La llanura pampeana entonces se torna como vínculo referencial para descubrir cómo es el hombre que se relaciona con este paisaje.
La región pampeana es indomable, perturbadora y voraz. En estas tierras, el gaucho, hombre de campo, tiene que enfrentarse a todo tipo de seres y fuerzas de la naturaleza que amenazan con asaltarlo por sorpresa.
Es un ambiente melancólico, monótono y de desolación. Sus tierras son infinitas, siempre iguales, un recorrido de simetría que puede ser insoportable para quien no esté preparado. La sombra de la pampa se proyecta como en una penuria para el pueblo que tiene que vivir en él. Pero también es lo que lo formula y lo modela, puesto que este hombre absorbe lo privativo del ambiente y lo introyecta, definiendo así, su estilo y costumbres.
Ahora bien, el hombre no está totalmente determinado por lo telúrico, es decir: la constitución en su tierra no significa una forma de paralización de su desarrollo, es simplemente la impronta que imprime sus características peculiares. Metafóricamente hablando: es el trazo característico de un pintor para imprimir su idea en el lienzo siendo que puede cambiar según voluntad, inspirarse en trazos de otros pintores o perfeccionar su pintura, pero siempre siendo fiel a su esencia.
Dicho esto, el hombre no es algo formulado o concluido, sino que es un ideal que debe construirse, configurarse, está abierto, pero es él mismo quien tiene esta responsabilidad.
El mito que retorna y siempre es
Para Astrada volverse a la “cósmica pampa”, a la “desolación telúrica” es “atisbar los primeros impulsos formativos” que afloran el mito argentino. El hombre de estas tierras al enfrentarse con lo absorto de la extensión, con las fuerzas inconmensurables de la naturaleza que habitan y asedian el “drama de su existencia”, reaviva la esencia de occidente, la olvidada experiencia griega. Tal sentido de la realidad se reafirma en su carácter, expresado en el “Martín Fierro”, que se abre paso al filo del cuchillo y a través del combate acomete la escisión al “enigma del ser” que se ve compelido a vivir en tales circunstancias. Entonces el enigma se convierte en cultura encarnada a través de la lucha y en consecuencia se inauguran las formas y relaciones por las cuales la comunidad entreverada en tal ambiente realizará su historia, moldearán sus metas, destinos y costumbres.
El mito gaucho pasa a ser en el pueblo argentino más que una vivencia histórica congelada en el tiempo si lo aprovecha y si es capaz de oír su historia. Es una expresión máxima y guía de las expresiones biológicas y anímicas que deben alumbrar el camino patrio para asegurar su original continuidad.
Pero, así como existe una “creación verdadera” a través del impulso inicial de un pueblo, también existe una “traición” a esta verdad. Sí la sombra urge sobre el espíritu gauchesco, si la pampa se oscurece, entonces el hombre de este pueblo no encontrará aquellas fuerzas anímicas. En cambio, inundaran su espíritu fuerzas artificiales, lo avasallaran movimientos incapaces de satisfacer su verdadera trayectoria, por tanto, concluirá en el agotamiento de su espíritu.
La comunión del hombre y lo telúrico, no es más que la luchas que acontecen entre las fuerzas del espíritu y de la naturaleza, y por la cual el hombre argentino advierte, identificado su carácter a través de la peculiaridad característica de su tierra, lo que esta le retorna a él. El fin de esta lucha, es el fin de este hombre.
Ser para la posteridad
En esta presentación del modelo de hombre argentino, dictaminadas sus raíces, sus formas, configurados sus anhelos y su disposición metafísica en el plano de lo telúrico, deviene el hecho de que debe cumplirse el destino, el deber ser, no como dogma, sino como expresión creativa. Para la realización de esta empresa es necesario reconocer primordialmente las imágenes del mito, tomar la posta en la apropiación del conjunto de los símbolos que instintivamente remiten a los orígenes del carácter argentino del cual, sin estos, no podría ni encomendarse una tarea verdadera.
“Entre otras cosas, tenemos que descubrirlas posibilidades estéticas —verdaderas promesas— del paisaje argentino, la ruta ingente de los mares del Sur, familiarizarnos con nuestros grandes ríos, tentando en todas sus formas la empresa marina y fluvial; en una palabra, redescubrir con pasión de argentinidad la propia tierra.”
– Carlos Astrada, “El Mito Gaucho”.
Estos gérmenes míticos son baluartes para la defensa del terruño, lo telúrico mantiene viva la llama de la construcción en lucha por lo nuestro que se abre paso a través de la “humanización” del paisaje. Es el correcto camino el que concentran las fuerzas del hombre argentino en pos del carácter que se ha forjado por la vida auténtica, y que en consecución lo llevan a realizarse en su destino contra el camino de la traición, el camino ajeno, donde este hombre se dispersa y su esencia es envuelta en una artificialidad estéril.
FUENTES: Carlos Astrada, “El mito Gaucho”, ediciones cruz del sur (1948)